martes, 23 de octubre de 2012

Nacionalismo español


Pese a su atractivo popular y a sus intensos goces del poder estatal, los sentimientos nacionalistas permanecen en estado de insatisfacción constante o de honda frustración nacional. Ejemplo del primero, el nacionalismo catalán. Del segundo, el vasco. De la insatisfacción nace el hábito de reivindicar incesantemente. De la frustración, el de vindicar con mente violenta. Existe divergencia emotiva entre los partidos enamorados de una vieja nacionalidad mediterránea y los apasionados por una nueva nación cantábrica. Los nacionalismos atlánticos de Galicia y Canarias traducen sentimientos de injusticia creados por el retraso en el desarrollo de regiones mal comunicadas con centros irradiantes de progreso económico y técnico. ¿A qué tipo de sentimiento obedece y cómo se expresa el nacionalismo español?



Las ideologías que tuvieron el poder estatal y lo perdieron al cambiar el Régimen, manifiestan su malestar por todas partes sin estar en ninguna, al modo de sentimientos heridos y voladas de profeso renegado. Así resiente el nacionalismo español. Nadie lo confiesa. Nadie lo profesa. Nadie lo defiende. Y, sin embargo, todo lo anega de resentimientos reaccionarios o de reflejos antifranquistas. La Transición consagró la paradoja de exaltar los nacionalismos periféricos, como progresistas, y condenar el español, como reaccionario. De tal paradoja vino el demagógico Estado de Autonomías y el caos actual frente al derecho de Autodeterminación. Los partidos españoles no lo niegan, para no parecer franquistas. Pero tampoco lo afirman, para no parecer franquistas. Pero tampoco lo afirman, para no parecer abandonistas. Sin embargo, se achaca al sentimiento españolista, camuflado con vergüenza en el PP, su rechazo provisional.

Uno de los mejores analistas de este tema, J. A. Sentís, nos sugiere en LA RAZÓN (26-7-01) que no es el nacionalismo español lo que impide la autodeterminación, sino la lógica de la lealtad imparcial al todo, frente a la parcialidad siempre implicada en lealtad a la parte. Pese a la elegancia geométrica de esta sugerencia, el separatismo vasco denunciará en ella el círculo vicioso donde se mueve el nacionalismo español, no queriendo reconocerse como tal cuando niega la condición de todo a la nación vasca, que es la petición de principio.

Para evitar alegaciones de mala fe intelectual o réplicas sin fundamento (al supuesto signo nacionalista-español de toda negación del derecho de autodeterminación), hay que coger el toro separatista por los cuernos, para que la democracia lo desmoche de pitones fascistas (concepto subjetivo de nación como proyecto y sueños imperiales como ambición), poniendo en el lado derecho de su testuz el concepto objetivo de nación y en el izquierdo la Libertad política. Así no podrá inherir en una cuestión que no es de orden moral o voluntario (pertenencia a la nación española y sobre la que la libertad colectiva carece de toda com- petencia.

Esta operación democrática contra el derecho de Secesión no tiene retranca nacionalista ni cinturón jacobino. Aunque habría que completarla, para no eludir su concomitancia sentimental, con la distinción que nadie osa hacer entre dos sentimientos que la Transición hizo sinónimos, cuando en rigor histórico y nocional son casi antónimos: patriotismo y nacionalismo. Un patriota leal no puede ser nacionalista. Pues no considera legítimo que la idea de patria sea abusada como bandera de partido o de facción. Lo más engañoso del nacionalismo es su falso patriotismo. Mussolini, Hitler y Franco son arquetipos de esta fraudulenta política. El patriotismo, sentimiento natural de la especie, pide respeto y piedad por todo lo que la necesidad humana ha hecho común. El nacionalismo, sentimiento cultural de la ambición de poder, pide desprecio e impiedad por todo lo que la libertad o la naturaleza hacen distinto.

Artículo publicado en La Razón el 6/8/2001

Antonio García-Trevijano

Fuente: DiarioRC

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